Tal y como os adelante en el post de “Helados”, hemos hecho
una ruta por la región italiana de Emilia Romaña. Nuestras paradas fueron:
Milán – Bolonia- Modena – Rávena – Ferrara – Rimini. Todas se merecen hasta
varios post, pero hoy vamos con ésta.
Rímini es un importante centro turístico de la costa
adriática desde hace más de 160 años. Es una de las playas favoritas de los
italianos. El montón de hoteles de todas las categorías y estilos son la mejor
demostración de la cantidad de gente que acude cada verano a disfrutar de sus
quince kilómetros de playa. Una opción para disfrutar del mar, sin necesidad de agobios
playeros, es dar un paseo por las callejuelas de los barrios pintorescos de
pescadores o por la Via Sinistra del Porto hasta las pequeñas atarazanas y el
faro.
Pero Rimini tiene más que ofrecer. Fue fundada por los
romanos en el 268 a.C., en el emplazamiento donde llegaba la vía Flaminia y
partía la vía Emilia, con el nombre de Ariminum. Su centro histórico es
compacto y no demasiado grande, una
mañana es suficiente para visitar los puntos más emblemáticos.
Se puede empezar a descubrir la ciudad en el Arco de Augusto,
que data del año 27 a. C. Es el más antiguo que ha llegado íntegro a nuestros
días, con lo que es una de las grandes joyas italianas. El Anfiteatro y el
Puente de Tiberio son otros ejemplos de los monumentos de esta gran
civilización que ha llegado hasta nuestros días.
El Puente romano de Tiberio, inaugurado en el año 21 d.C. es un
puente de cinco arcos de 62.6 metros de largo, construido en mármol blanco y
que conserva aún algunas inscripciones originales. El mármol pulido,
erosionado, gastado, nos da una idea de los miles de personas que lo han
cruzado y como aguanta el paso del tiempo.
Si avanzas un poco por las callejuelas, se llega a la PlazaCavour, con unos imponentes edificios entre los que destaca el Palazzo dell’
Arengo e Podestà y la Pescherie Vecchie o antiguo mercado de pescado con unos
largos mostradores de mármol bajo sus arcadas. El Palazzo dell’ Arengo e Podestà nos habla de la Edad Media
de Rimini, con sus frescos del siglo XIV de la Iglesia de San Agustín, inspirada
en la Iglesia bizantina de Santarcangelo.
También se puede visitar uno de los yacimientos arqueológicos más originales, el Domus del Chirurgo, una casa de un cirujano que data del siglo III.
Otro de los monumentos que merece la pena visitar es el
Templo Malatestiano, un edificio inacabado y a primera vista difícil de encuadrar
en una época concreta. En principio se trataba de la catedral de Rímini o
Iglesia de San Francisco, ya que su fundación en el siglo XIII fue obra de los
franciscanos. Hacia mitad del XV el mecenas Segismundo Malatesta ordenó una
total remodelación que quedó inacabada cuando éste falleció. Su idea inicial
era construir un templo con las funciones de panteón para su familia. Es
curioso su aspecto exterior que recuerda más bien un templo clásico que una
iglesia. Segismundo Malatesta era un hombre no creyente y no quería ningún
símbolo sagrado decorando su obra.
Una vez visitado Rimini, si no quieres disfrutar de sus
playas hay varias opciones: visitar la República de San Marino que se encuentra
a menos de 30 kilómetros o alguno de los once parques temáticos que hay en sus
proximidades (los más recomendables son: el Acuario de Cattolica,
el Parque Oltremare, Aquafan de Riccione e Italia en miniatura.
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